Tus hijos necesitan ser felices, no ser los mejores
No caigas en la tentación de querer que tu hijo sea el mejor en todo. Lo único con lo que debes soñar es con que él sea feliz.
Por lo regular todos los padres deseamos que nuestros hijos sean exitosos, que sobresalgan ante los demás y que sean los mejores. Cuando los criamos, algunas veces exigimos mucho de ellos, explotando sus habilidades y capacidades, para que en su adultez ellos aprendan a ser líderes, jefes y no sean personas del montón (común y corrientes).
Tal vez, en nuestro interior queremos que los hijos eviten sufrimientos innecesarios y que no cometan los errores que como padres hemos cometido, buscando que ellos hagan cosas que a lo mejor nos hubiera gustado hacer y no pudimos realizarlas.
Por ello, enfocamos todas sus energías en llevar una crianza exigente, donde las reglas y el conocimiento sean la mejor herramienta para hacer de ellos personas preparadas, para enfrentar cualquier reto y adversidad. Como decía mi padre “la única herencia que puedo darte es la educación”.
Hiperpaternidad
Clases de piano, natación, cursos de lectura, juegos para agilizar la mente como el ajedrez y excelentes calificaciones; éstas son las exigencias que algunos padres ponen a sus hijos, para asegurarse de que ellos serán los mejores.
Con esto no me refiero a que sean padres sobreprotectores, al contrario, son padres donde lo único que importa en la vida es que los hijos aprendan y adquieran la mayor cantidad de conocimientos sin importar cuan inmaduros sean; incluso sin pedirles su opinión o desconociendo por completo cuáles son sus mayores fortalezas.
Eva Millet, autora del libro Hiperpaternidad, define este término como un fenómeno de crianza que se caracteriza por la atención excesiva a los hijos. Los padres entienden que, para ser buenos en la crianza, han de estar pendientes de los hijos de forma exagerada, buscando hijos perfectos, un súper hijo que esté formado lo antes posible.
Estos padres son los que buscan preparar a sus hijos para el futuro, los que los inscriben en los mejores colegios, compran los juguetes más novedosos y los llevan a toda clase de actividades extraescolares; llevando una agenda muy agitada.
Sin embargo, este tipo de crianza lleva consigo consecuencias inminentes, haciendo que los hijos sean miedosos y egoístas, ya que van creciendo con la idea de que son súper especiales; provocando inseguridades y problemas emocionales.
Los hijos tristes
Por obvias razones, bajo presión, los hijos serán obedientes y alcanzarán buenos resultados; pero en un futuro, serán personas con dificultades en su pensamiento crítico y autónomo, obstaculizando sus verdaderas habilidades para tener éxito. Ellos necesitan ser felices, tener su libertad para encontrar su propio camino, forjando su destino y aprendiendo de los errores para fortalecer su autoestima.
Criando súper hijos felices
Sin necesidad de ser unos padres exigentes, podemos aprender a criar a los hijos de manera sana con estos consejos:
1 La infancia solo se vive una vez
La mejor forma para hacer que los hijos aprendan es divirtiéndose, jugando y explorando. Debemos darles la libertad para que ellos desarrollen sus propios retos y creatividad, aprendiendo de los errores y de las consecuencias de sus acciones. Es fundamental dejar que los hijos fortalezcan sus habilidades sociales conviviendo con otros niños de su misma edad.
Si exiges demasiado, lo que estarás provocando es que tus hijos crezcan atemorizados, sin saber cuál es la realidad del mundo en el que viven.
2 No enfocarse en el resultado
Lamentablemente exigir a los hijos buenas calificaciones no asegura que ellos hayan obtenido conocimientos. Algunas veces los hijos al sentirse presionados por los padres, son capaces de hacer cualquier tipo de trampa o fraude escolar, para obtener un buen resultado y así evitar conflictos familiares y castigos.
¡Vale más que tus hijos tengan un aprendizaje, que un buen resultado! Recuerda que el mejor conocimiento no lo dan los libros, sino la vida misma, los valores que se aprenden en casa, imitando a los padres.
3 Motivación
No te enojes si un día encuentras las paredes rayadas o pintadas de la habitación de tus hijos, o no te sorprendas que al llegar a casa ellos podaron el césped cortando las flores más hermosas que tenías en el jardín, ya que están explotando sus habilidades.
Jamás subestimes la inteligencia y capacidad de tus hijos, aunque sean muy pequeños. Ellos a su corta edad son capaces de desarrollar sus habilidades, explotando sus conocimientos. Puedes exigir orden y establecer límites; motívalos a realizar sus deberes y responsabilidades con alegría y no con frustración.
4 Déjalos un rato
No significa que seas un padre ausente o que desatiendas las necesidades de tus hijos; sino que dejar que ellos tengan la libertad de hacer lo que desean (siempre con su supervisión), pero no como un general que esta las 24 horas del día, viendo y corrigiéndolos constantemente.
Se trata de estar, observar, pero no intervenir cuando ellos tomen decisiones o jueguen. Es disfrutar cómo ellos aprenden cuando se equivocan, de ver cómo resuelven sus problemas por sí solos.
5 Ser amorosos, pero no irreales
Nuestros hijos siempre serán especiales para nosotros, serán nuestros bebés aunque sean adultos, pero eso no quiere decir que les hagamos creer que son personas que tienen súper poderes o que vienen de un planeta extraño donde ellos son los únicos inteligentes y seres superiores.
Se trata de hablarles con la verdad, de enseñar a los hijos que todos tenemos capacidades y habilidades distintas y que en algunas cosas somos buenos para algo y en otras no. Incluso, enseñarlos a que todos aprendemos de maneras diferentes y que debemos de ser empáticos con las personas que nos rodean.
Tal vez, al principio te resulte un poco complicado darles a tus hijos la libertad y autonomía, pero créeme, ser padres exigentes en exceso pueden acarrear graves consecuencias, lastimando de manera inconsciente su estado emocional. Recuerda ¡Los hijos necesitan ser felices, no ser los mejores!
Fuente: Familias.com / Adriana Acosta
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¿Cómo enfrentar el bullying?
Muchas veces pasa que comenzamos a usar y sobre usar un concepto que se instala en el ambiente y que muchas veces no sabemos realmente qué es y de qué se trata. Bullying no es solo molestar a alguien.
Bullying es un comportamiento agresivo no deseado, que además tiene que ver con un desbalance de poder. Este comportamiento es repetitivo, sostenido en el tiempo y ambas partes -el que ataca y el atacado-, son víctimas que pueden sufrir las consecuencias a lo largo de sus vidas.
El bullying puede presentarse de forma individual o grupal -a esta se le llama “mobbing”-, y tienen cuatro formas: agresión física; verbal; relacional, que tiene que ver con dañar las relaciones del otro, su reputación o lugar en el grupo; y el tipo que cada vez está más fuera de control: el cyber-bullying.
Aquella persona que hace cyber-bullying usa la tecnología para acosar, amenazar y avergonzar a otro, y es más común en niños de octavo básico para arriba, mientras que el bullying común puede aparecer desde los tres años si es que el comportamiento agresivo normal de un niño o niña de esa edad no es dirigido y atendido con consistencia.
Las formas de hacer bullying verbal pueden tener que ver con ponerle sobrenombres a alguien, insistir con algo que al otro le molesta, hacer comentarios inapropiados, amenazar, usar agresión verbal.
El bullying físico involucra herir el cuerpo de la persona o sus pertenencias. Es pegar, patear, escupir, empujar y también romperle sus cosas. Y el bullying social o relacional involucra dañar las relaciones de otro, ya sea excluyéndolo, diciéndole a otros niños que no sean amigos de la víctima, echando a correr algún rumor sobre esa persona o avergonzándolo en público.
El bullying puede ocurrir durante el horario escolar como también fuera de éste, en la liebre escolar o en las plazas.
Se conoce al atacante como “bully”, y en general muestra características sociales poco favorables; es ansioso y le cuesta conectarse con los sentimientos de los demás. Malentienden las intenciones ajenas, volviéndose hostiles en situaciones que no lo ameritan.
Y estos “bullies” no pueden existir sin la víctima, quien es generalmente, vulnerable y más débil.
Claro está que ningún padre o madre quiere estar en este lugar, ni en el del bully ni en el de la víctima. Ambas posiciones son muy dolorosas y frustrantes. Pero lo bueno, es que la mayoría de los colegios han ido implementado diversos programas diseñados para frenarlo.
Y lejos lo más efectivo es poder entablar conversaciones con nuestros hijos, ya que poder hablar de algo doloroso, que nos hace sufrir, alivia inmediatamente a la víctima y lo hace desarrollar resiliencia.
Con respecto al bully, cuesta más desarrollar empatía y responder al llamado de auxilio de aquel niño o niña que hace bullying. Es algo así como “el malo” de la película, el enemigo de todos.
El primer impulso es castigarlo para proteger al que fue acosado ya que creemos que esto va a detener este comportamiento, pero la verdad es que, si no se pone atención al origen del problema, no vamos a lograr nada. Es altamente probable que ese “bully” tenga carencias grandes y necesidades socioemocionales no satisfechas.
Y lo primero es que él o ella confíe en que el adulto quiere su bienestar, para lo que debemos ganarnos su confianza y que así pueda elaborar sus aflicciones y trabajarlas con nosotros.
En el caso del resto de la comunidad de niños, que no son ni el bully ni la víctima, tenemos el deber de enseñarles una cierta responsabilidad social, que significa actuar frente a una situación abusiva o violenta.
Enseñarles que deben defender a la víctima, frenar ciertas dinámicas negativas o avisarle a un adulto de lo que está pasando.
Les recomiendo entrar a ver una gran iniciativa llamada “Volando en V”, una fundación que tiene un programa para combatir el maltrato escolar para así construir una convivencia positiva, donde son los mismos alumnos más grandes, a través del liderazgo, quienes cuidan a los alumnos más chicos y promueven una convivencia sana.
Los que están alrededor de una dinámica de bullying son los que deben dar la alarma. Y nosotros debemos enseñarles a nuestros hijos a ser esa alarma.
Fuente: Revista Paula
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